09 noviembre, 2007

Del Campo a la Ciudad...


Cuando mi familia se trasladó del campo a la ciudad yo contaba con unos 6 o 7 años y venía llena de ilusiones e interrogantes puesto que a pesar de no tener la madurez necesaria, sabía que tendría que enfrentarme a nuevos retos.

Lo primero es, que nos mudábamos a un apartamento que para aquel entonces eran un poco menospreciados porque no contaban con el espacio al que estábamos acostumbrados en nuestra casa. Escuché en mi familia decir que iríamos a vivir a un “palomar”, refiriéndose a los edificios.

De las primeras cosas que tuve que aprender a manejar fueron los picaportes (llavines). Me quedé encerrada en el baño y tuvieron que hacer malabares para sacarme de allí porque no entendía ni papas de cómo se le quitaba el seguro…

Mi primo me tuvo que explicar que el agua cristalina de la “tasa blanca” del baño no era de ninguna manera para lavarse las manos sino para bajar los desechos…

De verdad ahora que lo pienso, tuve que haberme sentido como una Tarzán en la ciudad.

Recuerdo que nuestro entorno en el barrio era hermoso, limpio y verde. Los camiones de recoger la basura eran muy frecuentes, el servicio de agua, de energía aun funcionaban y casi siempre por los contenes había un ligera corriente de agua que aprovechábamos para hacer carreras de trocitos de plástico.

Por primera vez conocía una panadería, el olor a pan recién horneado, los bocadillos y postres que muchas veces solo se quedaban en la imaginación de mi paladar porque los centavos no alcanzaban...

Justo al lado del negocio vivían unos niños que le habían comprado el disco del grupo “La Pandilla”, de España y subían el volumen cuando tocaban “El Alacrán, el Alacrán, el Alacrán te va a picar”… Que tiempos!

Unos vecinos a quienes los consideraba como “los riquitos del barrio” se paseaban en una bicicleta marca Chopper, mis ojos se iban junto a tan anhelado vehículo en cada pedalazo, pues sin dudas debía ser súper agradable montar una.

Mi hermana mayor improvisó una escuelita para aprovechar que no habían ni existían en ese entonces los hoy famosos maternales. No teníamos escuelas cerca y la escuelita se convirtió en una excelente opción para los padres. Cada niño tenía que traer su sillita.

Hoy en día esos chicos son ya adultos. Algunos continúan en el sector, otros ya no los vemos. Recuerdo a Raysa, una niña gordita, con una mamá gordita también. Laly siempre vivía afanada para que su niña comiera bien y nunca olvido un riquísimo puré de papas con mantequilla acompañado de un huevito tierno que le preparaba con tanto amor, se veía tan rico que me quedaba esperando ser invitada… Que velona, eh?

Para no hacer mas larga mi historia voy a concluir contando lo que me sucedió una mañana. Me levanté temprano y sin permiso de mis padres salí a recorrer el barrio, reconozco que fue una frescura de mi parte, pues pude muy bien confundirme entre calles.

Caminé hasta un poco lejos para una niña nueva en el lugar, sin permiso y no acostumbrada a la ciudad. Llegué hasta la avenida principal y quedé impresionada por el paisaje. Al cruzar esta amplia calle había una hermosa cuesta con árboles frondosos y muy verdes.

Dudé si cruzar o no, pensé en mi madre, pero aun así la curiosidad de ver que mas había por allí me mataba. Me pregunté: Y si me pierdo?... Hasta que un elemento sorpresa interrumpió mi trayecto…

Era un niño con mas o menos mi edad… Empezó a gritarme y a burlarse haciendo mil musarañas con su cara… lo cual me asustó y tomé el camino de vuelta a casa, muerta de miedo y con una gran lección aprendida.

Que tiempos aquellos!

1 comentario:

Ángel Antonio dijo...

Que tiempos aquellos, no hay nada como al inocencia de aquellos tiempos, yo tambien extraño mi niñez.