Ayer amanecí con la energía de un Diablo Cojuelo y con el corazón disfrazado de un Roba la Gallina. Me sorprendieron unas ganas profunda de irme para La Vega a aguantar vejigazos si era necesario, pero me sentía sedienta de captar con imágenes el color de carnaval, la música y la alegría que nos caracteriza como pueblo, como cultura.
Estaba un poco frustrada porque ya era tarde salir hacía esa ciudad, sin rumbo, sin compañía y sin tanto dinero como me hubiese gustado para enfrentar las eventualidades.
Me pasé parte de la mañana dando vueltas en la casa y por momentos leyendo los mensajitos que mis amigos posteaban en Twitter, hasta que uno de ellos me encendió el bombillito, vino de parte del periódico Diario Libre que informaba sobre la presentación de Danny Rivera (que me fascina) en una fiesta de celebración del año nuevo chino que se efectuaría en el mismísimo barrio chino, por allá por la avenida Duarte con México.
Me imaginé todo el esplendor y el colorido de las gigantescas máscaras de Dragones y Tigres características de las celebraciones orientales, así que el evento que estaba pautado para empezar a las 4 de la tarde se ajustó inmediatamente en mi desolada agenda dominical por si los pies me seguían mandando a salir de casa.
Salí retrasada para la actividad por lo cual me decidí a tomar un taxi para llegar más rápido. A mitad de camino, le reiteré al taxista que yo iba exactamente al barrio chino y al acercarnos a la zona nos dimos cuenta que casi todas las calles estaban cerradas, pensé que se trataba de la misma fiesta, así que me dejó lo más cerca posible del lugar.
Al llegar a la avenida México, me encontré con un desfile de carnaval que me hizo sentir justo como lo había deseado toda la mañana. Comencé dándome mi baño de pueblo (y no es que no lo haga todos los días), confundiéndome entre Diablos y Alibabás, con Ángeles y Vaqueros, Tiznados y Murciélagos.
Tenía miedo por los golpes que propinaban las duras vejigas de los diablos que correteaban entre la muchedumbre mientras intentaba tomarles fotos. Algo que sin pensar me salió como si fuese una estrategia fue la blusita con la que andaba que me hacía lucir embarazada, creo que ellos respetaron eso y salí sin lesiones de la fiesta.
Me sentía feliz e impregnada de la energía de mis raíces, cuantas sonrisas hay en nuestra gente! Es impresionante como el pueblo deja a un lado sus problemas para vivir y disfrutar enteramente su carnaval, como la edad es un factor poco limitante cuando se trata de bailar en las calles. Todos los barrios unidos en una sola comparsa y al compás de un mismo ritmo.
Es una maravillosa experiencia admirar la creatividad del talento dominicano, sus máscaras, la vistosidad de los trajes, la jocosidad de los personajes, la gracia con la que presumen sus atuendos.
De pronto me encontré siendo una diabla más en el medio de un hermoso desfile popular que temprano en la mañana solo veía como un sueño en mi imaginación y que como afortunada que encuentra la lámpara de Aladino, sus deseos les fueron concedidos.
En la próxima entrada les cuento sobre la fiesta con los chinos y mientras, disfruten el resto de las fotos que tomé.
♥
1 comentario:
Que bonito, la cara del atinaito... super nuestro carnaval...
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