Tomamos el sendero y llegamos con el último aliento hasta arriba. Nos acomodamos en el nido para apreciar la hermosa vista con la que la naturaleza nos premió.
El Lago se ve extendido hasta el infinito, la vegetación en la orilla desafiando al sol. Las tomas de nuestras cámaras no cesaban, no hacía falta el flash, todo estaba deslumbrante y mágico. Allí cantamos “cumpleaños feliz” un “mini manso” hijo de una pareja que nos acompañaba. Creo que ese niñito guardará para siempre ese momento, pues no mucha gente vive tan singular experiencia.
Bajamos cuidadosamente las rústicas e improvisadas escaleras y abordamos los vehículos una vez más. Llegamos a la entrada del lago en un pestañar y al desmontar mi primer pies en tierra una de las Iguanas que por allí circundan vino a mi encuentro, un gesto que aunque no tenía riesgo me hizo retroceder, pues con los reptiles y otras especies tengo un límite muy bien marcado. Me asustan muchísimo esos pájaros!!
Compramos los tickets de entrada por valor de 10 míseros pesos (US$0.27)lo mismo que costaba hace unos 3 ó 4 años cuando fui. Soy de opinión de que deberían cobrar más porque aunque no haya tantas atracciones más que la del doblemente salino lago y las Iguanas, una mejor recaudación ayudaría un poco más al mantenimiento y conservación de las especies de este remoto parque.
Entramos, y mi primera impresión fue: Oh sorpresa! Que diferente estaba todo allí dentro ahora comparado con mi primera visita. Había ignorado las noticias sobre las inundaciones y no sabía que esto había causado tanto efecto negativo en el lago.
Los senderos largos y curvados que se podían recorrer ya no existen. A penas se puede caminar unos escasos metros y te de inmediato te encuentras con el agua rebosada. La piscina de aguas azufradas que era un atractivo muy demandado por los visitantes y bañistas ahora se confunde con las del lago, así que desafortunadamente también han desaparecido.
A pesar de todo, del odioso calor por las altas temperaturas, la sequía propia de las tierras sureñas, y los daños que han alterado la extensión del Lago Enriquillo, el paisaje no deja de ser hermoso y capaz de despertar curiosidad y asombro por su misteriosa existencia.
No vimos los famosos Cocodrilos, pero a mí en particular no me hicieron falta. Uno de los fotógrafos (Ramón Cabrera)tomó su trípode, subió su pantalón hasta sus rodillas y se metió en el agua tratando de buscar una buena foto.
Ante nuestro asombro y advertencia por el riesgo, le aconsejábamos salir de allí antes de que lo sorprendiera un “La Coste”. De todos modos, el morbo y lo espeluznante llevó a algunos a tener sus cámaras listas en caso de cualquier eventualidad, sobretodo el modo de “video”. Que malos son! jajaja!☺
Agotamos un buen rato allí no sin antes tomar unas quien sabe cuantas imágenes del lago, de la flora y la fauna que escasa e impacientemente complacía a los profesionales del lente para lograr buenas tomas.
Como ya “hacía” hambre, nos fuimos en busca de comida y partimos hacía La Descubierta que queda a no más de 4 Kms del parque.
El tema de la comida me preocupaba un porque en un viaje en el que hay que recorrer tanta distancia fuera de casa hay que ser MUY cuidadoso con lo que se come, que se come y donde. Así que aunque sentía que debía echar algo sólido a mi estómago esas precauciones me tenían un poco dudosa de que encontrara algo que me convenciera.
Llegamos a un balneario de aguas dulce llamado Las Barías, precioso y ligeramente fresco lugar, sobretodo después de estar expuesta al sol y al calor por tanto tiempo. Ahí había más movimiento de gente, muchos bañistas disfrutaban las frías aguas y otros degustaban la comida criolla cocinada en leña. Después de observar bien las diferentes opciones me decidí como casi la mayoría del grupo por un Moro de Gandules con carne de Chivo que dicho sea de paso estaba muy buena.
Reposamos sentados debajo de los árboles, acompañados de un rico café con un ligero toque de canela y unos postrecitos de frutas y galletitas de higo que brindaron mis compañeras.
Pasado el tiempo, nos marchamos hacía Jimaní para continuar dando la vuelta al lago. Robert, Orling y yo no nos fijamos la vía que habían tomado los primeros en salir de Las Barías, así que optamos por la ruta que el instinto nos llevó creyendo que era la misma de ellos. Después de avanzar varios kilómetros nos dimos cuenta que definitivamente se habían ido por otro lado y que solo Boogie Tek (otro compañero) nos seguía en su carro.
De nuevo nos sentimos impresionado por el desborde del lago, como se había entrado y dañado incluso zonas de cultivo, por lo que sus tierras ya no eran propicias para nada semejante. Una vaquita buscaba entre las pocas y me imagino saladas hierbas, se ahuyentó al vernos y se marchó.
Proseguimos hasta llegar a nuestro límite, la frontera con Haití. Donde también observamos otros efectos de inundación del lago que está del lado de nuestros vecinos. Esta vez, oficinas del gobierno dominicano parecían flotar entre las aguas. Aparentemente esto lleva un largo tiempo en esas condiciones. Hay mucha basura y por ende mucha contaminación. Una vista extremadamente penosa y alarmante.
Cruzamos a “Tierra de Nadie” que es un trecho entre la puerta de República Dominicana y Haití donde se desenvuelve un mercado de comerciantes haitianos y donde es parada obligatoria antes de cruzar al vecino país.
Dentro del mercado fuimos muy cuidadosos con las fotos que tomábamos, tratamos de no enfocar a la gente, pues los hombres y mujeres laboriosos tenían cara “poco amigable” y no los culpo, trabajan muy duro de sol a sol, entre una brisa caliente y polvorienta.
Los Mansos que dejamos atrás, llegaron después que ya habíamos explorado esa zona, de todos modos decidimos acompañarlos de nuevo. Nunca pensé que llegaríamos tan lejos en esta aventura, fue una tremenda experiencia cada momento que vivía con mis nuevos amigos.
El atardecer marcó el punto de salida para emprender el regreso a casa. No puedo dejar de mencionar el bellísimo paisaje que observamos mientras íbamos en la carretera en lo alto de una montaña y al fondo la impresionante llanura sureña.
Esta es una tierra bendecida por Dios. No importa la estación del año o el punto cardinal donde te encuentres en RD, todo tiene una belleza genuina y singular que nos hace sentir verdaderamente orgullosos de haber nacido aquí.
Gracias a Manso Fotogrú por la magnifica e imborrable huella que llevo en mi corazón desde el pasado domingo.
Gracias por su receptividad, por dejarme compartir junto a ellos todo un día completo y los felicito de corazón por el sentimiento que ponen al capturar imágenes que reflejan sin dudas, sus emociones, el amor por su tierra, su gran sensibilidad y el alto valor a la amistad.
Gracias por todo, chic@s!
Yo soy Mansa, y tu??
Hasta una próxima aventura!
Fotos:
♥
2 comentarios:
Nitida las pics y tus impresiones del viaje :)
Me encantó esta segunda parte. No había tenido oportunidad de leerla. Que pena la perdida al salir de La Descubierta :-(
Un abrazo Manso
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