Seguía en mi tarde de peregrinaje buscando el pálpito especial de mi corazón con lentes sediento de cuentos maravillosos, de héroes anónimos, historias seductoras, acomodadas entre ángulos de luces y sombras.
Metros andados, dejando pisadas que otros borraban con su prisa. Buscaba simetría, color y belleza hasta que vi hacía en el fondo infinito de la perspectiva perfecta, el descuido en su pelo. Unas greñas añejas, rebeldes, teñidas de juventud y pasado, tan blanca como su blusa, tan oscura como su pasado.
Poco a poco me inmiscuí en su mundo para descubrir su humor, y qué fácil se hizo todo ante su sonrisa desierta y compleja. Parecía ingenua, risueña, perdida en el tiempo, soñadora, alegre, vivaz, comunicadora, con aire de vivencias pendientes, edades inconclusas que pasaron de largo por el frente de su puerta. Heridas que tatuaron en su pecho duras huellas que ahora consuela llevando dos Cristo sobre ella.
La invadí de pronto y con cuidada gentileza la abordé:
“Me dejas tomarte una foto?”
Ella sonrió con vergüenza cubriendo su cara.
“…Pero, dónde??, aquí?” Me cuestionó
“Si, aquí mismo!” Asentí. Y entonces, posó seriamente.
Le dije: “…Pero, ríete!” Y estalló en carcajadas bajando su cara y su imagen me quedó desenfocada.
“…A ver, …una más!” Le pedí que se reincorporara, y volvió a ponerse seria, pero esta vez con una media luna que sin dudas le iluminaba el rostro con un tibio velo color violeta.
Entonces, entró en confianza con quien se había fijado en ella, y en complicidad infantil insinuó que de haber tenido maíz le echaría a las palomas. Quería unas cuantas monedas para darlas a las que tenían más alimento que ella misma.
Buscamos del grano y conquistó las aves. Alegre como quinceañera las seducía en la palma de sus manos y gritaba: “Ahora! Ahora!” Indicando que le tomara la foto. Se veía feliz y sonreía sin descaro, olvidó los complejos y se rindió al gozo del momento.
Terminada la improvisada, pero afortunada sesión, nos despedimos agradeciéndonos una a la otra la bonita experiencia. Me pidió mi número de teléfono para mantener la comunicación. Divisamos una pluma en el bolsillo de la camisa un bohemio que dormitaba en un banco bajo la sombra de un árbol.
“Cómo te llamas?” Le pregunté, mientras escribía en un retazo de papel que sacó de su bolso.
“Yo soy Agustina. …Agustina Alberto”. Respondió.
“Mucho gusto, Agustina.” “Yo soy Ángela. Ángela Güichardo”
♥
3 comentarios:
Ay mana que linda anecdota ....pero que feliz se ve con las palomas mi tocaya Agustina ..casi lloro mana
Zule
!Indicustiblemente que la terapia fue biunicua y regeneradora. Refrescante lectura Angie, gracias por compartirla. Mom
Wao, que increíble, esto me encantó... pero que buena Angela.. Wao!!!
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