Vi marcharse a la gente de la grúa, al dueño del camión y a su amigo que recogía algunos trastos y pedazos de la chatarra y las montaba en su camioneta. Yo por mi parte, regresé a mis labores de casa y mientras recogía una ropa que estaba tendida en el patio, sentí una gran conmoción por la actitud que había tenido hacia aquel hombre.
Seguramente superando ya la adrenalida de la emoción del momento, y rasgando mi mi alma con diez uñas, llevó mi mano hasta mi cien para reflexionar en la forma que ese señor tan amigablemente me trató, a pesar de estarse sobreponiendo de una trágica situación que mi ira ni remotamente me permitió sorprenderme del hecho, mucho menos ponerme en su lugar. Cuan enfocada estaba en solucionar "mi problema", que ni siquiera me preocupé por preguntar si estaba bien!
Comencé a buscar en mi memoria, aquel camión que según él solía estacionar cada día frente a mi casa, y como por arte de magia me acordé de uno verdaderamente lo parquean allí por las noches, pero ese era blanco, y bien cuidado.
Quedé prácticamente en shock cuando hilé cada detalle y de inmediato busqué a mi hijo y algunos de los chicos para preguntar si se trataba del mismo camión! Ellos, lastimosamente me confirmaron que sí. Sentí una terrible angustia en mi corazón y pedí perdón a Dios.
El vehículo estaba irreconocible, jamás me hubiera sido fácil pensar por mi misma que se trataba del mismo y sobretodo que con lo aparatoso que fue el accidente, su dueño permanecía en perfecta calma y en paz. Ni mi soberbia ni mi incomodidad lo alteró, todo lo contrario, sonrió con sinceridad y comprensión hacia mis exigencias.
También di gracias a Dios por la enseñanza, pues el reconocer que se ha actuado mal es un gran paso, de ese modo, llena del espíritu de humildad que nuestro Creador nos manda, decidí enmendar la ofensa y esperé avergonzada, pero con esperanza el lunes cuando regresara el señor. Entonces ansiaba que llegara el lunes, pero para disculparme ante él.
Llegó el nuevo inicio de la semana, pero el hombre no vino por su “patana”. Creo que fue al día siguiente, el martes, mientras me preparaba para salir al trabajo, conversaba con Dios y le pedía: “Regálame el momento preciso para reparar mi falta…” Y, justo al abrir mi puerta llegaba aquel señor cumpliendo su palabra. Yo iba en contra del tiempo, pero sabía que no era un momento cualquiera y no pensaba desperdiciarlo para completar el propósito para el cual fue creado.
Me acerqué a él y le pedí perdón por mi insensatez y frialdad. Con humildad reconocí lo mal que actué atendiendo a la presión circunstancial de aquel día. Con profunda sinceridad sentí la empatía que debí tener desde que mencionó la palabra “accidente”. Entonces, el me contó su historia antes del asecho de la fatal tragedia.
-Venía por la Autopista Las Américas, confrontando algunos problemas de salud que me asaltaron de repente. Decidí pararme en un negocio que circundan por la pista, me lavé la cara y descansé por unos minutos aun sin entender lo que me pasaba. Cuando emprendía la marcha, me detuve unos minutos y montando en el camión abrí la Biblia que siempre me acompaña y leí los versos del Salmo 91 “Morando bajo la sombra del Omnipotente”.
Yo, sonreí con gozo cuando pronunció el número del Salmo, el 91! El mismo que mi Madre tanto gustaba que le leyera, hasta el punto de memorizarlo desde el principio hasta el fin. Los versos donde tanto ella como yo, y ahora al escucharlo de este señor, declaramos con confianza plena de que Dios manda a sus Ángeles a guardarnos en nuestros caminos.
Proseguí mi viaje y pocos instantes volviendo a sentir una gran inestabilidad, incomprensible por demás hasta que se vino sobre mí un manto oscuro que cubrió mi cara y me dejó sin visibilidad ante aquella agitada carretera.
Perdiendo el control absoluto del volante me fui a la deriva y terminé dando estrepitosas vueltas en el pavimento. Los socorristas voluntarios que aturdidos abandonaron sus vehículos para buscar al “muerto”, me encontraron vivo, muy vivo!
Un accidente que pudo haber sido fatídico para mí, solo me ha dejado un ligero rasguño. Mi camión prácticamente destruido, me lo evaluarán en el taller a ver si se puede salvar algo.
Yo mientras, sigo pensando que ese Salmo 91 dirigido con toda mi fe al Creador, me libró.
Y yo también lo creo! Que admiramirable es este Señor! Pensé.
Hace poco volví a ver al señor, Vino a saludarme un día de estos. Su camión luce como nuevo, increíblemente como nuevo! Me entregó una tarjetita con sus teléfonos para cuando necesite o sepa de alguien que requiera hacer una mudanza o cualquier tipo de acarreos.
Aquí se las dejo:
4 comentarios:
Qué conmovedor relato, Angie! Ciertamente fuiste muy grosera al principio, ni leyéndolo te imagino con una actitud tan "gallito", como que esa no eres tú.
Qué bien que el hombre pudo recuperar su camión y que nunca perdió la compostura. Si se hubiera puesto beligerante como estabas tú, creo que todavía estarían dándose galletas :D
Menos mal, y felicidades a ambos.
Angelita mi amor, que humildad!!!, la humildad no es saber callar, humildad es saber reconocer sus errores, no somos perfectos pero tu mas que nadie actuaste como una persona con una humildad increíble, te felicito por la paz que sientes en tu corazón.
Wow! No habia visto la continuacion...el recapacitar engrandece. Que bello gesto de humildad. :)
Gracias mis amig@s. Muchas más por visitarme y leerme. Besitos
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