Hace mucho quería contar esta historia, pero creo que hoy ha sido el tiempo propicio para hacerlo, o no sé; a lo mejor es que ya he logrado superar mi vergüenza y la lección que con ella aprendí. ...Les cuento…
Donde vivo, tenemos la dicha de contar con un amplio parqueo. Ese espacio fue y sigue siendo el lugar favorito de muchos niños que al igual que yo (en mis tiempos; es decir, el otro día…) correteamos y jugamos hasta que generación tras generación nos fueron sustituyeron.
Muchos de los moradores consideramos nuestro frente, como el lugar “más dulce” porque casi siempre está concurrido por niños y jovencitos. Es por ello que quizás; nosotros, quienes aun contamos con un espacio abierto somos celosos de él y lo cuidamos.
Hace aproximadamente un año, permitimos que un señor usara nuestro parqueo para obtener de allí su sustento. El quería cuidar los vehículos. Al principio, no nos pareció una gran idea aceptarlo porque pocos vecinos tenían carros y eso significaba que de otras cuadras vendrían a estacionar los suyos y temíamos de que poco a poco pudiéramos ir perdiendo el control de nuestro espacio.
Afortunadamente todo ha marchado bien hasta el momento, y por una muy buena cuota se puede dormir tranquilo pensando que su carro está siendo vigilado. Ciertamente, otros pocos más, se han sumado para gozar de este beneficio y es ahí donde suscita la historia que me ha motivado a escribir esta entrada.
Una tarde llegaba del trabajo y luego de ponerme cómoda, decidí sentarme un rato en mi galería junto con uno de mis hijos y algunos chicos que curioseaban la escena que ocurría en el frente. Se trataba de una grúa que aparentaba estar remolcando un viejo cabezote con la cama destartalada, casi partida en dos.
No tardé mucho en darme cuenta, que la intención de los hombres que con diligencia trataban de bajar la chatarra con delicadeza para que no se “desarmara”, pretendían dejar el tiesto estacionado del otro lado de la calle, casi justo al frente nuestro, lo cual deslucía gravemente nuestro entorno y el susto de que fuesen a dejarlo allí para siempre.
Poco a poco me fui enfureciendo ante las pretensiones de aquellos hombres y sin hacerle caso a mi hijo y a mí padre que me convencían no emitir opiniones, me ajusté mis pantalones y crucé hasta donde ellos para hacerles saber mi desacuerdo. De inmediato y casi sin saludar, pregunté por el dueño de la hojalata y dije:
-Quién es el propietario de esta Patana?
-Soy yo. Contestó serenamente, un señor.
-Usted piensa dejar su vehículo aquí? Con cara poco agradable, pregunté.
-Sí, es solo hasta el próximo lunes. (Ese día era miércoles o jueves) Este camión siempre lo estaciono aquí…
Lo interrumpí para negarme a haberlo visto antes.
-Sí, sí, (asintió) Yo vivo por allí y siempre lo dejo aquí! Vengo de noche y me voy a trabajar muy temprano en la mañana. Trató de convencerme.
-Entonces, si usted vive “por allí” por qué no lo deposita en su frente? Airosamente cuestioné.
-El prosiguió…Es que hoy he tenido un accidente y el lunes sin falta vendrá otra grúa a retirarlo. (Me explicó con gran calma y mayor amabilidad, hasta con una media sonrisa en cara)
Insistí en mi desaprobación y le reiteré: - No recuerdo este camión por aquí, pero quiero que sepa que si el día lunes usted no regresa, yo misma llamaré al Ayuntamiento para que lo muevan. (Pero ni la esposa de Roberto Salcedo que fuera!)
El amigo que acompañaba al señor me miró, sentí su mirada cortante que en ningún momento recibí del que yo me había empecinado a enfrentar y a desafiar.
Como “Papaupa de la Matica” Después de haber dado sentencia, crucé la calle y regresé a mi casa. Allí me esperaba el sermón de mi hijo y el de mi padre que siempre es muy cauteloso con el trato con extraños y le preocupaba que hubiera sido grosera con el señor y que mi posición provocara una grave consecuencia.
Esta historia continuará...
♥
1 comentario:
Andaaa! Ahora quiero yo saber como termina esto jaja..me dejaste enganchada Angie.
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