18 mayo, 2010

Cosas de muchachos...

Después que mi familia se mudó a la capital, mi sueño cada año era volver al campo para pasar las vacaciones escolares allá en compañía de mis mejores amigas que en verdad eran como mis primas y sus padres como mis tíos.

Para que mi madre accediera a tal petición había que comenzar a pedir permiso probablemente desde antes del inicio del año escolar para ver si casi llegando la fecha de las vacaciones se lograra que ella aceptara.

Cuando accedía, ella misma me iba a llevar al campo la mayoría de las veces. Después de muchas recomendaciones, se iba aun intranquila, pero sabiendo que me dejaba en buenas manos.

Para mi era uno de los tiempos más alegres que vivía durante el año. Allí andaba por todo el pueblito de arriba para abajo con mis amigas Margarita, Felicia, Zoila y Ana que aunque era la más pequeña, en ocasiones también nos acompañaba.

Aunque estábamos chiquitas, casi siempre nos tocaba hacer algunas labores de la casa, pero además, recuerdo que nos íbamos a ayudar a recoger Ajíes al sembradío de un querido, viejo y muy astuto vecino a quien llamábamos “Manuel Tata”.

Manuel Tata, nos pagaba unos 5 centavos por cada saco de Ajíes que le llenáramos. Cinco míseros centavos!, pero en ese tiempo para nosotras era una millonada, así que tanto Margarita como Felicia y yo nos poníamos de acuerdo para trabajar en equipo y de esa manera poder llenar los sacos con ajíes lo más rápido posible, pero había un problema…

Otra amiguita cuyo nombre era Maribel y que no era tan canchanchana nuestra, también iba a recoger Ajíes para ganarse sus chelitos. Y que sucedía?...Pues, que Maribel era muy ágil y rápida para esa tarea.

Mientras cada una de nosotras recogía afanosamente los Ajíes y nos rebosábamos las blusitas con los mismos para luego ir a depositarlos en el saco de las tres, Maribel como por arte de magia siempre lograba llevarnos la delantera y llenaba su saco mucho más rápido que nosotras lo cual produjo cierto resentimiento y rivalidad de parte nuestra y convertíamos lo que debía ser prácticamente un juego para nosotras en una odiosa competencia entre niñas.

Después de una mañana sometidas voluntariamente al trabajo de recoger Ajíes y sufrir en carne viva lo bien que le iba a Maribel con el dinerito recaudado. Decidimos unirnos a ella y la invitamos a irnos a andar para una pequeña finca que le llamaban “La Joya de Víctor” que pertenecía a otro querido vecino llamado Víctor.

Allá nos montamos en Yaguas y bajábamos a mil por una cuestecita. Maroteábamos mangos, nos subíamos a las matas de Higuero y pateábamos todas las hojas multicolores que yacían secas en el suelo. A veces corríamos con la mala suerte de resbalarnos con una desagradable montañita de excremento humano muy bien camuflajeadas con dichas hojas… Guácala!

Después de tanto reírnos, jugar y disfrutar toda la tarde en ese maravilloso lugar hasta el punto de aburrirnos y no saber que mas inventar, no recuerdo a cual de nosotras de Margarita, Felicia o yo, se nos ocurrió la idea de amarrar a Maribel de un árbol, pero peor aun ni se me ocurre querer recordar cual de nosotras decidió maquiavélicamente irnos y dejarla sola en la Joya de Víctor…!!

Le dijimos a Maribel que se trataba de un nuevo juego y que luego de cierto tiempo, nosotras mismas la desataríamos para que otra ocupara su lugar y así sucesivamente hasta que todas agotáramos cada turno…

Buscamos entre las ramas de todo el entorno natural donde estábamos y conseguimos algo similar a una soga o lazo para poder sujetarla contra el árbol. Le dimos un par de vueltas y la amarramos bien para que no tuviera mucha posibilidad de zafarse.

En verdad todo comenzó como un juego, pero como les comenté antes, luego a una de nosotras se nos ocurrió que era mas divertido si la dejábamos allí, además de que ya teníamos la rabia de que nos había ganado recogiendo Ajíes…

Nos fuimos corriendo para la casa y dejamos a Maribel abandonada en la Joya mientras ella voceaba que la soltáramos!

Unas horas mas tarde, nuestra víctima se apareció en la casa y para serles honesta, no recuerdo con qué cara la miramos. Nos sorprendió que lograra desamarrarse en tan “poco” tiempo. Definitivamente, tuvimos que reconocer que Maribel era una niña muy hábil y que de alguna manera nos había ganado la batalla.

Ciertamente eso fue un acto de crueldad infantil, propias de las travesuras de niños que ahora al recordarlas a nuestra edad, nos produce mucha risa y nostalgia de aquellos momentos únicos e irrepetibles que vivimos y que a pesar de todo jamás fueron motivos para odiarnos, guardarnos rencor o dejar de ser amigas para siempre!.

Un beso y abrazo para mis amigas con quienes recuerdo haber tenido las más amplias sonrisas en mi rostro y el haberme regalado los más hermosos recuerdos de mi infancia.


1 comentario:

Timoteo Estévez dijo...

esos momentos no se olvida... me acuerdo de esos días..