16 febrero, 2010

San Valentín, Parte II y final.


Llegaron las 6 de la tarde del domingo de San Valentín y tal y como habíamos planificado el día anterior, caeríamos de sorpresa a unos prim@s que se reunirían en una discoteca llamada: Club 60, famosa por la peculiaridad de sus asistentes y el estilo de música que se baila, salsa, son, merengue tradicional, etc.

Llegamos, y de inmediato localizamos a una de mis primas, Albania, quién ya debe tener acciones allí porque es fija cada domingo, pero luego de ver el ambiente familiar que allí se vive, entendemos el porqué a ella le gusta tanto. Posteriormente encontramos a su hijo Zuly a quien teníamos mucho sin ver.

Para ellos fue algo inesperado vernos allá y ciertamente en todos nosotros había un gran entusiasmo por estar compartiendo con ellos ese día tan bonito. Les cuento que para mi fue una experiencia maravillosa puesto que la gente que asiste es muy especial, en su mayoría son personas muy mayores de edad, pero con un corazón y una energía que cualquier jovencito envidiaría tener.

Ha sido el lugar que más me ha impresionado por la clase de bailadores que se exhiben. No importa el ritmo, cada uno es danzado con mucha elegancia, estilo, gallardía, gracia y sin que nos quepa la menor duda, disfrutan a plenitud el baile, además de que lo toman muy en serio, y según mi percepción ahí la pista de baile se respeta.

Me encantó ver la cortesía de los caballeros cuando invitaban a una dama a bailar y luego de terminada la pieza regresar con ellas hasta su asiento. Allí aunque van algunas personas no tan mayores, las reinas y reyes de la noche son los más adultos, ese es como yo lo llamaría “su terreno” y es verdaderamente un honor el que te toque bailar con uno de ellos.

Nancy, una amiga que encontré allí también y que me había hablado mucho del lugar, me preguntó delante del Disc Jockey qué canción quería que me pusiera para bailar y yo inmediatamente le dije: un merengue de los de Compadre Pedro Juan para allá, refiriéndome a uno bien viejo, pero que me parece sabrosísimo!

Minutos después me complacieron con un popurrí de merengues viejos en la voz de Héctor Acosta (El Torito) y me invitó a bailar un señor a quien conocí mientras trabajaba en la compañía de teléfonos. Caramba! Que buen bailarín ese Mister! Ese fue un merengue bien bailao! y para mi suerte fue una recopilación de nuestro ritmo porque ya los otros no me atrevía a bailarlo ante tantos buenos exponentes.

Quedé fascinada con los atuendos elegantísimos de los señores y señoras. Había una en particular a quien admiraba desde mi asiento y ansiaba tomarle una foto hasta que lo logré, gracias a Nancy que me dijo que la doña imitaba a Celia Cruz y en verdad tenía mucho de parecido por el porte, el salero, su amplia sonrisa, sus pestañas postizas y una bien arreglada peluca que daba el toque perfecto a su admirado personaje.

Mis herman@s solicitaron fotos también con ella y ésta se sintió realizada por la atención que había acaparado en nosotros. Antes de tomarnos la foto me pidió que esperara a que buscara un micrófono que siempre lleva con ella y una pista de la cantante original por si tiene que cantar en cualquier lugar donde ella va. Aprovechó la situación para quejarse con nosotros de que el Animador no quería presentarla y nos comprometimos con ella a que le pediríamos que la invitara a cantar y así fue, entrada la noche, Celia (Julita) cantó!

Mientras hacíamos la petición, el señor nos contó que el problema de no ponerla a cantar era que cuando él le dice que es una sola canción, ella quiere seguir hasta cuatro. Tremendo personaje la doña!!

En otro momento de la noche, el animador interrumpió el desarrollo de la actividad para felicitar y agradecer a los visitantes por la presencia de todos allí y saludó a dos señores en particular a quienes catalogó como “los muchachitos de Club 60”, dos caballeros de unos 92 años de edad, pero con una vitalidad increíble, con un estilo sonero chulísmo!

En la primera oportunidad que tuve llamé a uno de ellos cuyo nombre es “Papito” y le dije al oído: “Por favor, resérveme un merengue con usted” y como todo galán con agenda apretada, pensó y luego respondió que si, pero no volvió hasta que lo volví a ver y le reclamé que había dejado pasar el set de merengues y no me había invitado, pero se disculpó.

Pasado un buen rato, se volvió a escuchar el ritmo y Papito fue a buscarme con mucha caballerosidad, tomando mi brazo y llevándome hasta la pista. A pesar de que el espacio para bailar estaba lleno de parejas, papito y yo nos desplazamos al compás de la música por toda el área con un jaleo y elocuencia que gracias a Dios fui capaz de saber llevar.

Cuando terminó el primer merengue agradecí su amabilidad y lo elogié su habilidad para el baile, pero comenzó a sonar el otro merengue y me susurró: “Son dos”, así que felizmente y encantada me quedé con él disfrutando la nueva pieza. Concluida la segunda me acompañó hasta mi mesa y recibí una especie de calificación en A cuando le dijo a mi familia: “Esa es una tremenda bailadora!

Ojalá pudiera a través de este recuento hacer pernotar la gran satisfacción que sentí al estar en ese lugar porque creo que las palabras se quedan cortas para expresar la conjugación de buenos sentimientos que experimenté esa tarde y noche. Estoy segura que en esto me secundarán mis hermanos Marino, Josefina, Mami, mis cuñad@s Janet y Guarionex, mis prim@s Nuris e Ismael y sus respectivas parejas, Martha y Samuel.

Quedamos súper contentos por la experiencia y prometimos volver y llevarnos secuestrado a Papi (que no le gusta salir mucho) y a Papá Neto (que le encanta bailar) para verlos escuchar la música con la que crecieron e imaginar trasladarse a su tiempo, en un entorno que de seguro les traerá un millón de buenos recuerdos.

Así concluyó nuestro día de San Valentín, definitivamente con unos recuerdos como para no querer olvidarlos jamás!


Fin



1 comentario:

El citadino dijo...

Que bien Angel que la pasaste de lo mejor :) me gusta tu blog...espero que hablemos pronto.