31 agosto, 2012

Que problema...


El problema de este tiempo en el que vivo,  es que va en contra de mi propio tiempo. Hace décadas descubrí que soy una infiltrada en todo este ir y venir, que mi época y mi yo son del pasado.  Por ello no encajan mis sentimientos, ni mis deseos en este cofre de escaso amor, tan angosto para las  mentiras y buen anfitrión de desolación.

Foto: Angela Guichardo
El problema que tengo de vivir ahora, es que mi mente corresponde al ayer que ya pasó. Mi mundo se fue en el tren que se llevó los corazones puros, la verdad y las noches de galanterías que Cocuyos alumbraban con serenatas.

 Me profanaron las tardes de rosarios con risas y miradas cómplices de travesuras. Quieren hacerme olvidar las tardes vestidas de “Bonita” para ir a la parroquia y enlodarme los zapatos en el regreso.

Lo absurdo de estar donde estoy es que no me acostumbro, y así viviré sabe Dios hasta cuándo. Por qué no se hacen intercambios con aquellos que aman esta vida y la muerte los sentencia a abandonarla?

No sé qué duele más si estar de verdad muy muerto a medio vivo,  que recompensa tan despiadada respirar este sorbo de aliento dentro de este féretro que me aísla del resto. Caminos polvorientos y abrumadores que muchas veces al recorrerlos se volvieron alucinantes veredas de no más de dos metros adornadas de blancas azucenas. Desafiando en cada combate el infortunio, y el oscuro abismo de la desesperanza.  Arrastrando los pasos largos y lentos de lo que fue y no es.

El asunto de rebelarse e ir contracorriente son los fuertes embates de sus tormentosos odios. Seguir y andar como si nada, querer suspirar en una selva sin oxígeno.

Crecí entre corpiños y encajes, envuelta en hilos de seda, y manteles de agujetas.  Me balanceé en los brazos de la aurora mirando marcharse al sol tras el cristal transparente de una ventana. Mis risos se movían al compás de las cortinas que acariciaban con su roce mis mejillas. Así quedaba rendida, arrullada en el canto de los habitantes de las ramas que cubrían con sombras el mundo de donde vengo.

Aprendí a correr entre almendros y pinos, a dormir entre la maleza de las hierbas altas. Perseguí Mariposas y  Lagartijas, y  huí de perros guardianes.  Me vestí de Lirios y verdes follajes y  esperé la visita del día domingo saboreando las dulces manos de mi madre.

El infierno de vagar por estos recuerdos,  es despertar en este infalible ambiente, donde el reloj se detiene y hace eterna y afanosa la espera. 

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