04 enero, 2013

Ahora que vuelvo a leerte, René...


El mismo blah blah blah:
Cada vez que voy a referirme a algo serio que implique una voraz lectura, el conocimiento amplio y bien acabado sobre el tema a exponer o quizás es mi profundo deseo de no faltar el respeto que merecen los personajes que podría estar mencionando en este tipo de entradas. Siento la obligada necesidad de advertirles que aunque más o menos intente escribir y decir que me gusta, existe algo muy contradictorio en mí, y es que no soy la gran fanática de leer, por eso los libros hasta ahora, además de causarme sueño, nunca han estado en mi “wish list - lista de deseos”, no sé si algún día tuve el hábito de lectura, creo que no, porque tampoco recuerdo cuando lo perdí.  Honestamente, envidio a los “comelibros”, especialmente los de literatura, los de poemas, novelas  y hasta los de historia. No niego que he leído, he leído sí claro, pero no TANTO como ahora deseo.

El mejor momento para llegar algo es cuando llega:
Si hay algo que agradezco a las asignaturas de la Uni  que últimamente he tomado, es que me han “obligado” a leer, a ir descubriendo a estas alturas de mis años, las obras de autores que posiblemente debí conocer cuando aún era joven (Pero tú eres joven…!! Escuché a alguien gritar).  Sin embargo, soy una fiel defensora del que “todo llega en el momento que debe llegar”, ni antes ni después, sino a la hora determinada por El que manda, pues estoy casi segura que en otro momento no habría dado el mérito, la atención y el valor que le dedico  a mi lenta pero apasionada lectura. Así pasa con muchas otras cosas en la vida, pero reitero…“todo tiene su tiempo”, así lo inmortalizó Eclesiastés.

Voy al grano:
Dentro de esas lecturas que me han tocado leer gracias a la asignación de una práctica o un trabajo final, se encuentra entre algunas otras, “Ahora que vuelvo, Ton”, de la autoría de petromacorisano René del Risco Bermúdez, poeta, narrador y publicista como lo describen casi todas sus biografías que aparecen publicadas en Google.

La primera oportunidad que tuve de leerla, fue en un ejercicio compartido entre todo el grupo de universitarios en el aula. A cada uno nos tocó leer unos cuantos párrafos y luego le sucedía otro participante (como le llaman a los estudiantes en mi universidad). Algunos de ellos son muy buenos lectores, por tanto su entonación y fluidez me transportaban a las escenas del campo narradas por René en su cuento. Otros en cambio, no tenían la misma destreza para coordinar y advertir las pausas y los tonos, así que sólo lograban distraerme y que prestara más atención en descifrar lo que intentaban leer que a concentrarme en la historia hasta que otro buen lector retomaba su turno y le hacía honor a la práctica.  Debido a esa accidentada ejecución y gracias a ella también, quedé con hambre de volver a saber de Ton…Se apoderó de mí un sentimiento de insatisfacción tremendo y aunque tuve que esperar para disponer del espacio y el tiempo idóneo para leerlo nuevamente, el día preciso llegó.

Atrapada:
“Eras realmente pintoresco, Ton; con aquella gorra de los Tigres del Licey, que ya no era azul sino berrenda, y el pantalón de kaky que te ponías planchadito los sábados por la tarde para irte a juntarte con nosotros en la glorieta del Parque…”

Así fui acomodándome en tu cuento, respirando el polvo amarillo del play que los muchachos levantaban al correr de una base a otra. Me impregné del sentimiento de mis añoranzas, rebuscado en el pasado la alegría que el progreso y los sueños de ser alguien se llevaron. Me zambullí con la pandilla y también me senté en la goleta con los pies en el agua para mirar el pueblo. Si René lloró escribiendo todo esto, lo entiendo; yo también lo hice al leerlo.

Hurgué en un recuerdo que me invade con mayor intensidad con el pasar de los años. Que ya no sé si es un sueño o una herida este indetenible anhelo de retener en mi mente el pasado y volver a mis años que produjeron alegría. Volver de donde vine, del lugar del cual me arrancaron a pesar de la corta vida, los cimientos que se aferraron a esa tierra negra y fértil donde sembré mis mejores días.

Corretear descontrolada y libre entre la siembra de Yuca hasta las matas de malla. Escuchar la reiterada advertencia de mi madre de andar con cuidado por los alrededores del pozo. Alzar la vista como quien mira al cielo para el ver el despegue y aterrizaje de las palomas al palomar. Volver a tener mi antigua estatura de pequeña otra vez, y tener la sensación de que todo es inmenso respecto a mí, a esa chiquilla tímida y distraída que soñaba con conquistar los ceños fruncidos con una sonrisa.

Me nockeaste René… Será que a todos nos pasa? Cuántas imágenes de colores pasteles de ensueño me vienen del alma, que desilusión el presente… Creo que tú también lo sentiste…  “Y los años van cayendo con todo su peso sobre los recuerdos, sobre la vida vivida, y el pasado comienza a enterrarse en algún desconocido lugar, en una región del corazón y de los sueños en donde permanecerán, intactos tal vez, pero cubiertos por la mugre de los días sepultados…”

Me reencontré conmigo, ahora que vuelvo a leerte, René… ¿Será que a todos nos pasa?

1 comentario:

Gigi en Gigilandia dijo...

Hola

La leo cada vez que puedo y para ser una persona que no lee tanto, usted escribe de maravilla. Sobre su Post, yo este cuento lo leí en la escuela y me encantó, muchos años más tarde, lo escuché en voz de Pavel Nuñez que lo hizo canción, seguro que en youtbe aparece.