16 marzo, 2010

Una vez más, Dios y mis Angeles...

En la madrugada del domingo abordé un taxi para reunirme con unos amigos con quienes emprendería un largo viaje a las 5:00am hacía el Lago Enriquillo.

Mientras el chofer conducía, nos rebasaron unos chicos que viajaban en una passola (motocicleta) y el chofer hizo un comentario con tono despectivo: “Ahí van 2 lacras”. Miré por el cristal para saber a quienes se refería y se trataba de dos tipos que por sus siluetas y lo poco que se advertía en la oscuridad y la velocidad a la que iban, aparentaban ser muy jóvenes, estaban vestidos de negro, con suéter mangas largas y gorros de lana en su cabeza.

De inmediato me entró una rezadera porque sabía que esos muchachos buscaban presas indefensas que anduvieran por ahí caminando, probablemente dirigiéndose a sus trabajos y como si fuera poco también tuvieran la muy mala suerte de encontrarse con ellos.

Sentí pena y rencor hacía ellos y oré por aquellos que pudieran andar por el mismo camino de esos jóvenes. Le pedí a Dios en un murmullo que nos librara de mal y protegiera a todo aquel que pudiera estar en el peligro de la maldad de estos antisociales. Continué mis súplicas hasta que los vi alejarse y perderse en la oscuridad.

Ayer, cuando me dirigía al trabajo, venía tomando las mismas precauciones de siempre, sujetar bien mi bolso, caminar pendiente de todo lo que se mueve en mi entorno y caminar a buen ritmo. Cometí la “imprudencia” de rebuscar en el bolsillo de mi chaqueta y sacar una esquinita de mi celular para ver la hora e inmediatamente lo volví a acomodar en el bolsillo y continué mi marcha.

Luego de recorrer unos pasos más, antes de llegar a la esquina en la que giro a la derecha, me interceptaron repentinamente dos jóvenes en una moto subiéndola por la acera, prácticamente bloqueando el camino. Me espanté terriblemente y mi primera intención fue lanzarme a la calle que estaba repleta de carros esperando la luz verde del semáforo, pero prontamente el muchacho que viajaba detrás de la moto se lanzó de ella y arruinó mi estrategia. Se dirigió hacía mi y simuló que solo caminaba por allí y al pasar por mi lado para no ser advertido por los testigos, me susurró: “Amiguita, dame el celular para no darte un tiro”.

Al escuchar esa frase sentí una serie de emociones nunca antes vividas y me pasaron por la mente las mil y unas veces que mi imaginación recreó episodios que me hacían preguntarme qué haría si me tocara pasar por esto. Bajé nuevamente a mi trágica novela y es cuando advierto a mi misma que estoy básicamente bajo un intento de asalto, no así mi reacción del momento fue tan normal como si estuviera conversando con un pana, sin detener el paso y utilizando su mismo tigueraje le dije: “Ay amiguito, por Dios! Como va ser, deje eso!”

Lo había dejado unos pasos atrás con la palabra en la boca y yo misma pensé que estaba loca, pero erradamente o no estaba obedeciendo a una inexplicable reacción quizás involuntaria porque mi primer pensamiento fue entregarle el celular y evitar cualquier situación incontrolable que me perjudicara muchísimo mas.

El muchacho insistió y volvió a llamarme “amiguita” y me seguía lentamente disimulando. Yo tontamente volví a ponerle mis condiciones con la misma bacanería con la que lo traté la primera vez y le dije: “Déjame quedarme con el chip porque no vas a hacer nada con el.” Mientras sentía que toda la sangre de mi cuerpo se me iba a la cara en un segundo. Nunca detuve mi marcha y hasta tomé una dirección con mis pasos que lo hizo pensar que ya estaba muy cerca de la puerta de mi trabajo sin ser eso cierto.

Sentí pánico porque aunque no podía ver su rostro, yo misma no reaccionaba que podía estar agotando la paciencia del tipo y el disparo que me llegaría por la espalda. Entonces fue cuando vi la gloria de Dios manifestarse!

El muchacho volvió a dirigirse a mi y dijo: “Amiguita, ta' bién, amiguita!”

Abordó otra vez su motor y se fué sin tocarme y sin el celular!

No lo podía creer, no se cuando me asusté más si cuando frenaron con el motor frente a mi o cuando los veía alejarse, pasarse en luz roja y colarse entre el congestionado tránsito. Lo que si fue verdadero, fue mi derroche de agradeciento a Dios por "librarme del lazo del cazador y la peste destructora" (Salmo 91)

Sentí a mis Ángeles abrazarme y la inminente intercepción de Dios en esta imborrable experiencia que además dejaba en mi una sensación de trauma, pero a la vez una hermosa manifestación del poder y la misericordia del Padre en quien confío tanto.

Se que tengo que cuidarme y adoptar una serie de medidas para evitar pasar por lo mismo porque de todos modos, siempre queda la duda de qué más pueden intentar esos tipos.


Foto: Angela Guichardo

4 comentarios:

Juan J. dijo...

Gracias a Dios que no te paso nada Angie y que el tipo no intento dañarte.

Juan Carlos Porcella dijo...

Dios está más cerca de uno de lo que uno piensa. Lamento que pasen estas cosas en nuestro país.

El citadino dijo...

Cuidate de locos asi...vales mucho!!

Belén Manrique Castaño dijo...

hola,me gustó mucho tu relato y muy especialmente tu valentía para afrontar este incidente y más la forma como sientes la presencia de Dios