18 marzo, 2008

Que viaje!



El otro día cuando regresaba de Santiago, tomé uno de los primeros asientos de la Metro como casi siempre acostumbro porque me permite bajar lo antes posible de ese inevitable encierro que dura dos horas aproximadamente.

El asiento de al lado estaba vacío y ansiaba que nadie decidiera sentarse allí para ir mas confortable. La frustración no se hizo esperar cuando un señor de unos cuarenta y pico me preguntó si éste estaba ocupado y al responder negativamente, se deslizó de inmediato y se sentó.

Pasaron pocos minutos cuando comenzó a contarme que se sentía muy cansado y que por exceso de trabajo no tenía tiempo de dormir y descansar. Me di cuenta que la conversación iría para largo saqué mi sansa y coloqué los audífonos en mis oídos para que interpretara la acción.

No hubo remedio con eso, el hombre seguía poniéndome conversación y entre sus preguntas se interesó saber de donde era yo. Le dije: de Moca. “Oh! De ahí mismo soy yo!” Contestó, y no le bastó con eso sino que hasta un apretón de manos me dio.

Me sonrío y vuelvo a tomar los audífonos, pero el caballero quiere saber con qué frecuencia viajo a Santiago a ver a mis parientes, le contesto, y de ahí me hace la historia de su vida, que tiene un carro pero que está en el taller, que tiene una camioneta que la usa para transportar a los obreros (me deja claro que tiene empleados) y que optó por el autobús porque es mas seguro.

Yo seguía el monólogo del hombre asintiendo con la cabeza y mirando el paisaje oscuro de la carretera. Escurridiza encendí mi dispositivo de música, cerré los ojos y actué como que lo ignoraba y que me entretenían las canciones.

El hombre logró dormirse por un buen rato, justo en el momento que pretendía descansar de los tapones en mis oídos, se despertó. Así que el segundo acto de esta fatal obra siguió su curso ahora con nuevos y desagradables elementos, el mal aliento de su boca, por los bostezos y la pavita que echó.

Me contó que se estaba tratando con un médico naturista por unos dolores en el cuerpo que sentía y que con una mezcla de frutas y hojas “medicinales” el Colombiano (Doctor) le había preparado una dieta por unos 15 días. Me mostró un Telmo donde conservaba su comida, todo líquido, jugos que con tan solo escuchar de qué estaban hechos me repugnaban.

Me hizo partícipe de su abstinencia sexual durante esos días de dieta, según le recomendaba el galeno. De que se estaba explotando por ir al baño, pero que le desagradaban los baños de los autobuses. No tuvo mas remedio que ir y al volver, me comentó: “Que alivio” y agregó: “Para ustedes las mujeres ir a esos servicios es peor porque tienen que sentarse y que no estaba tan higiénico… Yo pensé: Dios mío, pero es que la gente no sabe cuando habla demasiado?

Me cuestionó sobre mi lugar de trabajo, sabía donde quedaba y hasta me propuso invitarme a comer un día de estos, no sé quien le dijo que yo querría comer con un extraño parlanchín y mucho menos verlo tragar sus zambombos naturales. Le comenté para librarme de él que salía a comer con un grupo de compañeros, todo para que no se animara.

Así entre bostezos, mal aliento y un desafortunado diálogo llegamos a Santo Domingo, con el número de celular del caballero que quedaba en espera de mi llamada para juntarnos un día a comer (anjá), me bajé de la guagua tan pronto pude y como no tenía que recoger equipaje, emprendí mi grito de guerra “Huyamos hacia la derecha” tomé el taxi que me había adelantado a llamar por si se ofrecía a llevarme, que de hecho así lo hizo, lo cual rechacé amablemente, pero muy mal educadamente me alejé de ese fenómeno sin terminar con una frase de cortesía: ‘Fue un placer conocerlo.”

Que viaje!

1 comentario:

Anónimo dijo...

Con mal aliento incluido!!! Ahi si es triste.