
Una de ellas planteó su experiencia al estar rodeada de muchachac@s más jóvenes. Gente con todo el brillo de sus escasos años, el esplendor e ímpetu de su juventud, sus conversaciones espontáneas y poco cuidadosas aunque no intencionadas de mencionar algo que pueda herir la sensibilidad de los más adultos.

Digo que nos produce gracia porque a veces olvidan que algún día cumplirán nuestras edades y vivirán aunque en diferentes escenarios nuestras mismas vivencias.
Una sobrina que tengo de apenas veintitrés años; cuyo nombre optaré por no mencionar, se quejaba de que en una fiesta un “viejolo” la había pretendido… al preguntarle que tan “viejo” era me contestó: Oh, de 36 años!...
Les juro que mi primera intención fue pegarle por la cabezota a esa niña tan insolente y fresca, pero me abstuve de hacerlo. De inmediato comencé a insultarla y obviamente a recalcarle y recordarle que yo tenía 39!
Obviamente, esto es solo un episodio jocoso, pero es una realidad errada del sentir de los jóvenes. Cuando estén sentados en nuestro banquillo, no sólo se acordarán de lo vivido y las injusticias en sus juicios emitidos, sino que también reconocerán que los años aunque parezcan muchos no lo son y que todo consiste en como te sientes por dentro, radica en la forma que has decidido enfrentar el cambio físico y mental de este asunto.

Insisto en que cada edad tiene su sabor y recompensa. Nada sustituye el placer de haber crecido con el tiempo, reírse de la inmadurez del pasado, degustar la experiencia y la sabiduría que se adquiere, la oportunidad de resarcir los errores, ampliar la brecha de la comprensión y la paciencia, el deseo de ser mejores seres humanos y muy a pesar de toda dificultad en nuestras condiciones motoras, vivir cada amanecer como si fuera el último lleno de optimismo y esperanza.
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