Cada paso era un puñado de recuerdos ancianos. El panorama me llevó hacía el pasado colonial de entonces. Con erguida elegancia balanceaba mi abultada cretona de mi amplio y hermoso vestido de doncella.
En mis manos, agitaba con gracia el abanico de encajes blancos, mientras hacía reverencia a la pareja novios que me saludaba.
De pronto, miré a mi derecha y las marcadas ruinas de una casona de la época me devolvieron forzada a la realidad absoluta de mi paseo por la zona.
Tomé mi cámara y grabé en ella el deterioro que el tiempo impregnó en sus piedras. Cuanto pasado! Pensé. ...Más aun así eres hermosa!El aviso colgado en el frente rezaba: "Nos mudamos a la calle José Reyes". Hace mucho que se fueron! Advertí.
Me repuse para seguir mi andanza, pero un silbido que casi gritaba mi nombre me hizo voltear. Rebusqué curiosa por los alrededores hasta que mis ojos achinados lograron encontrar al ruiseñor.
Me coqueteó con su tenue sonrisa, aquella que apenas divisaba oculta detrás de sus barbas. Se veía lejano de todo. Guardado en el tiempo, como aquello que dejamos olvidado para empezar de nuevo. Sentí lástima por él, por su voluntario encierro, supuse.Aceptó con agrado mi foto y me regaló de nuevo una dulce sonrisa. Le dije adiós y ahí siguió, atrapado en su vieja caja de añoranzas e historias.
Ahí ha de estar aun, silbando y sonriendo a los transeúntes de la zona.


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