El sábado pasado, me animé a acompañar a mis hijos a un juego que tendría su liga con otra en Monte Plata.
Era la primera vez que iba a verlos competir y a Erick no le pareció nada grata la idea cuando le comenté el viernes que quería ir. Buscó mil excusas para evitar que me desencantara, una de ellas es que yo empezaría a “controlarlo” o a llamarlo frente a sus amigos como suelo llamarlo de cariño cuando estamos en la intimidad del hogar.
Le dije que me portaría bien, y así lo hice. Me puse en su lugar y pensé justo cuando yo tenía su edad y recordé las cosas que me molestaban de mis padres. Después de pasada la tarde se acostumbró a la idea y luego empezamos a hacer los planes para el viaje.
Llegamos súper temprano al Estadio Quisqueya que era el punto de encuentro. Allí fueron llegando los atletas, y después de varios minutos teníamos tantos muchachos como para formar unos 3 o 4 equipos.
Vi una guagua tipo vaca…(la acabo de nombrar así, era el aspecto que tenía), pero no imaginé que ese era justamente nuestro transporte hasta que me indicaron que debíamos abordar. Noté a Alex (el entrenador) un poco preocupado y todavía mas cuando una parte de los muchachos se acomodaron en la guagua, pero la otra gran mitad quedamos afuera!
De inmediato, se fue a hacer diligencias para conseguir otro autobús. En lo que esperábamos, los chicos aprovecharon para hacer algunas bromas y relajarse. Cuando veían llegar una guagua, comenzaban a celebrar, pero no le duraba mucho la alegría porque la nuestra no llegó sino pasada una media hora.
Con el júbilo y el entusiasmo característico de los jóvenes, subimos al nuevo transporte. Oramos, reímos, cantamos y curiosos por todo el camino aguardamos un poco impaciente nuestra llegada al destino, Monte Plata.
Nos fuimos por Villa Mella, un sector populoso y famoso por sus ventas de chicharrones y ahora por el moderno Metro que lo une con el distrito nacional.
Al acercarnos a Monte Plata pude disfrutar del verdor de sus tierras, uno que otros flamboyanes, ganados, sus gentes trabajadoras y sencillas etc. Nuestra cita era en una comunidad llamada Luisa Blanca, y allí nos dieron la bienvenida el organizador del juego (les debo el nombre) y todos los jovencitos que representarían su pueblo.
Algunos vecinos se quejaron porque vieron los nuestros mas altos, y era verdad, pero luego ellos buscaron sus recursos y formaron dos equipo mejor distribuido por tamaño y edad.
Los más grandes, en donde participaron mis hijos y sobrinos se llevaron dos veces la victoria. Contrario a los pequeños que sufrieron dos derrotas y uno ganado.
Me encantó compartir con todos estos muchachos, ver a mis hijos jugar. Daniel lanzó dos entradas. Retiró por la vía del ponche a tres oponentes, concedió una base por bola y dos carreras sucias. Su juego termino 9 a 5.
Erick, aunque no corrió con mucha suerte, lució muy bien con el bate al conectar de hit y luego en el corrido de las bases.
Hacía un sol infernal, yo era la única madre que estaba con los muchachos. Erick no tuvo ninguna queja de mi (gracias a Dios) jejeje… Se me acercaba para ver las fotos que le había tomado y eso lo hacía sentir realizado.
A unanimidad empezamos a preguntar por la comida porque no veíamos movimiento al respecto, aun cuando se nos había informado que el costo del viaje incluía la comida. Sabíamos que no sería un Buffett porque estábamos en un campito muy pobre, pero en ese momento cualquier cosita caía bien!.
De pronto se apareció una doña con un caldero inmenso lleno de arroz y los chiquitos que todavía jugaban, no se aguantaron para ponerse en la fila y aprovechar el manjar que les esperaba: Un locrio de Pica Pica o Sardinas (como quieran llamarles).
Algunos “prospectos” desertaron y compraron otras cositas en un colmadito que hizo su agosto ese día. Los demás disfrutamos de ese locrito sabroso acompañado de un conconcito calentito y jugoso.
No esperamos a hacer la digestión cuando ya estábamos dentro de la guagua para emprender el viaje de regreso. Nos despedimos y agradecimos las atenciones de la gente y los niños.
Regresamos temprano, el sol me daba de frente y vine todo el camino cabeceando por el cansancio y el sueño. Me dí un rico baño al llegar a casa, me tomé una aspirina para el dolor de cabeza y me tiré en la cama hasta tomar una siestecita que se extendió hasta el domingo porque la verdad es que definitivamente los viejos no podemos hacer desarreglos!
Que explotada, señores!
4 comentarios:
Hola Angie:
El modo en como narras tu día hace que a uno se le antoje estar en ese lugar y la verdad es que me abriste el apetito con esa foto…
¡Muero por un plato de ese arroz!...
Felicidades por esos hijos y por alentarlos en el deporte.
Un saludo afectuoso.
Recuerdo esos famosos viajes de pelota de la liga, muy buenos, el que mas me gustó fue uno que hicimos a bayahibe, ahi el manjar incluyó pescado, cuando en ese tiempo lo que se brindaba era pica pollo, jeje.
Tienes dos futuros Grandes Ligas.
Exitos!!!
http://www.freedom.ws/lary685
Hola, Angie...
Muy bonito relato sobre tu aventura deportiva, aunque a veces los hijos dicen que les damos mala suerte, siempre se disfrutan mucho esos entrañables momentos.
No sé si lo sepas, pero mi hijo mayor es ciclista, me hiciste acordar de cuando estaba en la juveniles y yo lo acompañaba a las competencias; lo mismo es con Paola, la menor, que practica el tenis de campo.
Te felicito por tus hijos, el deporte hace mejores personas.
Abrazos.
gracias a todos por sus lindos comentarios.
Un abrazo.
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