28 octubre, 2010

Mi loco y yo...

Las calles de santo domingo son muy pintorescas, y no solo por los elementos atractivos que se pueden notar en los colores de las construcciones, los árboles, los carros, las vallas, letreros, y hasta la vestimenta de los transeúntes.

Andando por ellas puedes encontrarte con una diversidad de cosas que no dejan de sorprendernos y por algo siempre llegamos a la conclusión del: “Tenía que ser aquí” o “Eso sólo se ve aquí” o “Este es un paisito MUY especial”, etc. La mayoría de las veces lo decimos en un tono frustrante o de impotencia cuando vemos o nos enteramos de algo que sencillamente no nos cabe en la mente.

En las muchas oportunidades que tengo de darme mi baño de pueblo cada vez que salgo de casa, he visto muchas cosas y unas de las que llama poderosamente mi atención es la gran variedad de enfermos mentales que deambulan por las mismas calles y aceras junto con los otros locos que somos nosotros, sin ningún control de las autoridades responsables por la seguridad de ellos y la de nosotros.

Mis palabras no tienen la finalidad de querer menospreciar a mis semejantes, pero es obvio que estas personas necesitan más atención que otros y lo penoso es, que existan instituciones encargadas y un personal que recibe salarios para realizar un trabajo que posiblemente por falta de mayor presupuesto se hace, pero con mucha deficiencia, como casi todo en nuestro país.

Me he topado con una señora que anda con miles de trastes encima, bolsas con ropa, cajas, sacos llenos de tereques y miles de cosas más. Quién sabe qué la volvió así, qué episodio de su vida la marcó tanto como para que su mente registrara que siempre debía andar con “su casa encima” y que jamás debía echar el ancla y detenerse en un lugar.

Otras que comen lo primero que ven en los contenes, otros que hurgan los tanques de basura, buscando su tesoro tal vez. Hay locos sonrientes, buenas gentes, mansos y aterradores.

Hay uno en particular que me lo he encontrado por la Pedro Livio Cedeño, por la avenida Tiradentes y por un sinnúmero de calles más, caminando con TANTA prisa como si algo o alguien llevara rato esperándole. Con él también, lleva los ajuares recopilados en sus largas andanzas.

Su rostro y apariencia es como la del hombre de las cavernas, provoca el querer estar bien lejos de él y no percatar lo que su entorno destila. Es aterrador, pero él es uno más de nosotros, anda por el mismo espacio público, nadie le ha dicho que debe ser atendido, ninguna autoridad le ha reclamado el vivir en cualquier asiento de un parque, invadir una propiedad privada o adueñarse temporalmente de una parada de guaguas. El es uno más que es menospreciado, ignorado, desatendido, olvidado. Uno más que debe ser esquivado, uno más a quien le habremos de “subir los vidrios”.

En nuestro no planificado encuentro con estos hermanos, tenemos que tomar precaución y preveer el no ser lastimados por ellos si son agresivos. Evitar ser víctima de una acción espontánea. En fin, cada cual se cuida como pueda. Total, el riesgo de salir a la calle es únicamente nuestro.

La parte no tan seria de esta entrada (afortunadamente) es que pasé por la no tan agradable experiencia de encontrarme cara a cara con el loco que anda de prisa, el mismo del cual nadie querría estar muy cerca, pero como en ocasiones anteriores les he contado mi “suerte” con estos personajes, pues adivinaron! Una vez más fui lo suficientemente “atractiva” como para que a esta figura se le ocurriera conmigo una más de sus locuras…!

Les cuentos, iba yo tranquilita por la Tiradentes con San Martín, cuando de pronto y para mi sorpresa, me doy cuenta que también venía en la misma dirección, pero de frente a mi el inquieto gigante Hulk con cara poco amigable…

Inmediatamente, traté de evadirlo lanzándome hacía la derecha, pero los negocios que prosperan en las aceras de esa zona, y cuyos comerciantes “alquilaron” al ayuntamiento del distrito ese camino peatonal, no permitieron que tuviera el paso libre para defenderme del monumental Yeti.

El corazón se me aceleró a mil, como tan a mil eran los pasos y las zancadas del “malvao loco” (como diría mi hermana Josefina). Cuando ya lo tenía a mi lado, se balanceó hacía mi, y con un trozo de un palo que llevaba en sus manos, me amenazó con pegarme. Que bendito susto!

Afortunadamente, fue solo una simple rozada y cuando vinieron a reaccionar los caballeros que circundaban por la escena, ya el tipo se había alejado con la singular rapidez que le caracteriza. Cuantas cosas se ven en la calle! (Decía uno por ahí). "El loco ta' revoltiao" (Decía otro)

A lo lejos, vi como intentaba hacer lo mismo a otra persona, mientras ésta ponía una cara de espanto igual a la mía. No tuve otra opción que la de sonreír, respirar profundo y llegar una vez más a la misma conclusión de las historias de mi amigo Guido GilEstas cosas nada más me pasan a mi! Jajajaja!!

Cuídense!!


1 comentario:

Enriquillo Amiama dijo...

Tanta gracia para escribir las cosas cotidianas me recuerda a mi querido amigo Mario Emilio Pérez, escritor de numerosas estampas dominicanas. Angela Guichardo tiene la gracia y la espontaneidad del que escribe con el corazón, no para darse ínfulas de sapiencia sino para comunicar. Su estilo, lleno de dulzura, simpatía y claridad, conecta inmediátamente con el lector y cautiva. No deja de aflorar una sonrisa en nuestros labios al "imaginar" las escenas que tan bien nos pinta o retrata esta autora. Pienso que si algunos amigos mios de editoras locales, leyeran algunos de estos escritos, de seguro surgiría la motivación para convertirlos en un libro que traería gratos momentos a los lectores y enriquecería la bibliografía nacional. Siempre ando buscando talentos en todas las ramas del arte, para motivarlos y aportarles un granito de arena. Honestamente creo que estamos delante de una escritora singular que vale mucho y su obra merece ser conocida y disfrutada! Exitos Angela Guichardo!!!

Enriquillo Rodríguez Amiama