Durante una de mis visitas a Canadá, a la casa donde me hospedaba llevaron un perro de raza, esbelto, sano y obviamente muy bien cuidado por su dueño.
El animal se quedaría con nosotros mientras su amo iba de fin de semana a otra ciudad y en la casa le propusieron que cuidarían de su perro durante su ausencia para que se ahorrara el tener que dejarlo en un hotel para mascotas.
Se imaginarán todas las recomendaciones que el propietario dejó claramente definidas para que en la casa supieran lidiar con el nuevo inquilino y entre ellas llevó además una bolsa con comida que no eran mas que unas galletitas en forma de hueso que era lo único que el pobre perro podía comer.
Un día que me tocó quedarme sola en la casa, preparé para mi almuerzo unas alitas picantes que había en el refrigerador y me senté a comer frente al computador con un plato con varias unidades de estas.
El perro, hipnotizado por el rico aroma me siguió hasta el cuarto y con cara de “vuelve el perro arrepentido” me miraba a los ojos y luego al plato con una pena y un apetito capaz hasta de devorarme.
Me paré y fui en busca de su comida, le di una cuantas, pero solo accedió a comerse la primera. El seguía atento a las Chicken Wings que de verdad se veían deliciosas. Los animales caseros tienden a robarse con facilidad el corazón y el cariño de la gente, y en algunas ocasiones llegamos a considerarlos como seres que razonan, piensan, sienten y hasta hablan con la mirada…
Creo que fue eso lo que me hizo romper un poco las reglas y tomé una de las alitas y se la ofrecí al hambriento amigo. Grave error señores!, porque a partir de ahí el perro jamás volvió a mirar las galletitas con forma de hueso o lacito, las ignoraba y creo que ya hasta le desagradaba su sabor.
Lo peor fue que en la noche cuando ya estaban todos en casa, el animal seguía sin querer ingerir su comida habitual y se comportaba inquietamente como buscando “la carne, la carne, ¿Dónde está la carne?”, de repente comenzó a toser y yo tremendamente asustada pensaba en la alita que le había dado al mediodía.
Me decía a mi misma: “estoy jodida si este perro va y vomita”… Que susto! y que boche me esperaba de ocurrir eso. Gracias a Dios no fue así y finalmente el canino se calmó y entonces pude volver a respirar con tranquilidad.
Jamás invento con cachorros tan delicados y ñoños!
4 comentarios:
Hola, Angie...
Bonita experiencia y muy bien narrada con tu inconfundible estilo para escribir.
Lo del perrito exigente con la comida, también nos sucede acá en casa, tenemos una perrita que cuando le damos comida casera ya no recibe las galletas, entonces nos toca dejarla aguantar un poquito y luego las vuelve a comer.
Un abrazo.
Que suerte tienes, te explico esto por si alguien mas lo lee y se encuentra en esta situacion la razon por la que no se deve dar pollo a estos animales es por que los huesos de pollo son muy pequeños y el animal puede rasgar su garganta o peor perforarse un organo quisas por eso tosia, gracias a dios ese no fue tu caso.
¿Por que sera que los perros y gatos ponen la misma carita de pena cuando quieren comida?
Jeje, buen post y buen aporte del Anonimo.
Saludos.
http://www.freedom.ws/lary685
Ya mas o menos sabía que los perros no pueden comer los huesos de pollo por las consecuencias que pudiera traer, pero contra una carnita una vez en su vida no debería caerle tan mal!
:)
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